El año del virus
Opinión
Tardaremos en olvidar este 2020. Aunque es probable que no le llamemos 2020 sino algo como el año de la pandemia, el año de la COVID o el año que nos confinamos. Mirando por el retrovisor, ahora es evidente que menospreciamos el efecto devastador del virus cuando supimos de él y de sus repercusiones en China. Es posible que la experiencia previa de la gripe aviar actuara como una especie de sordina, o que la estrategia de ocultación de las autoridades asiáticas nos impidiera conocer el impacto real de la enfermedad. Está claro que esta enfermedad está poniendo al orgulloso ser humano en su sitio. Somos mucho más vulnerables de lo que nos pensábamos, tanto individualmente como en términos de sociedad. Toda nuestra tecnología y nuestra capacidad de actuar conjuntamente se ha visto desbordada por el virus, al menos en la primera oleada de su ataque.
En su recorrido siguiendo al sol (como la peste bubónica de la Edad Media), la enfermedad llegó a Europa e impactó de forma sensiblemente dura en Italia y España. En ambos países el número de casos y las defunciones se dispararon en una curva exponencial que solo se pudo contener decretando un estado de alarma y el confinamiento de la mayor parte de la población durante casi tres meses.
Aunque en este artículo vamos a repasar los principales impactos de la enfermedad sobre el sector agroalimentario, el principal ha sido el de las pérdidas humanas: la pandemia se ha llevado por delante a muchos de nuestros mayores (la mortalidad se ha concentrado en los mayores de 50).
¿Qué ha pasado en el sector agroalimentario español? Como todo fenómeno complejo, la COVID presenta numerosas aristas. La primordial es que la sociedad mundial en general y la española en particular han tomado conciencia de la importancia estratégica de este sector. Damos por hecho que los lineales de los supermercados y tiendas especializadas o los de los puestos de los mercados tradicionales van a estar llenos cuando vayamos a abastecernos. Sin embargo, en los primeros días de la pandemia, esta seguridad desapareció. Los asustados consumidores compraban de manera compulsiva en previsión de posibles crisis de desabastecimiento, sobre todo alimentos almacenables y con una caducidad más amplia. En esos días era fácil ver supermercados casi vacíos a primera hora de la tarde. Sin embargo, la cadena de suministro (todos y cada uno de esos eslabones) funcionaron con precisión relojera y cada mañana esas estanterías, esas tiendas y esos puestos volvían a estar en disposición de atender la demanda. Nunca antes los agricultores y ganaderos, los trabajadores de la industria agroalimentaria, los transportistas y los empleados de la distribución habían sido tratados como héroes. Y lo hicieron en una situación de absoluta incertidumbre. Las empresas y trabajadores de todos los sectores tuvieron, de la noche a la mañana, que ajustarse a unas nuevas condiciones de trabajo en las que el acceso a los mecanismos básicos de prevención como los geles hidroalcohólicos o las mascarillas era prácticamente imposible. Los turnos debieron cambiarse para mantener las distancias de seguridad y, en el caso de los transportistas, se vieron condenados a no encontrar lugares de descanso abiertos en sus rutas.
Por otro lado, el cierre absoluto de los establecimientos hosteleros y de restauración a nivel nacional borró de un plumazo todo el canal Horeca, una parte de la demanda de alimentos que supuso en 2019 en torno al 34 % del consumo total de alimentos de los hogares españoles (35.962,1 millones de euros). Pero además ese canal es el que alimenta (nunca mejor dicho) al potentísimo sector turístico español, que ha perdido toda la Semana Santa y que está enfrentando la temporada alta en medio de los rebrotes y con una crisis de imagen a nivel internacional cuyas consecuencias aún no sabemos a ciencia cierta hasta donde pueden llegar… Es esta sección del mercado la que peor lo está pasando, ya que hay algunos productos y empresas cuya especialización en el canal horeca es casi absoluta.
En lo que respecta a la alimentación en el hogar, el encierro trajo consigo un significativo aumento de las compras. De hecho, en la semana previa al inicio del confinamiento (semana 11, del 9 al 15 de marzo) ya se produjo un incremento del 29,8 %, que estaba relacionado con esas compras de acopio preventivo de las que hemos hablado más arriba. Tras el miedo inicial al desabastecimiento, el comportamiento de las familias en sus compras de alimentos se relajó, aunque poco a poco volvieron a ganar impulso, hasta llegar a la semana 16 (del 13 al 19 de abril, justo la posterior a la Semana Santa y la segunda y última del cierre económico total) en la que se alcanzó un máximo del 50,6 % sobre la misma semana del año 2019. De media, entre la semana 11 y la 21 (del 9 de marzo al 24 de mayo) las familias aumentaron su consumo semanal en el hogar un 26,9 % sobre el periodo equivalente del año anterior.
No obstante, este aumento del consumo en los hogares no ha sido homogéneo entre todas las categorías de productos. Sin lugar a duda, como el lector ya sabe, los productos estrellas han sido harinas y sémolas, aunque las bebidas espirituosas, las cervezas, el chocolate y los snaks y frutos secos también han aumentado de forma más que significativa su consumo en el hogar.
La situación de encierro se ha traducido también en un importante cambio en los hábitos de compra de los españoles. La fuerte aceleración que ha sufrido el proceso de digitalización de nuestra economía durante los meses de estado de alarma también se ha dejado notar en el ámbito de la alimentación. No solo es que las empresas hayan incorporado el teletrabajo a sus procesos, sino que en nuestro comportamiento consumidor hemos normalizado aún más el comercio electrónico, de forma que ha llegado al mundo de la alimentación, donde hasta ahora había avanzado de manera más lenta. Si el aumento promedio del consumo de alimentos en los hogares durante el estado de alarma fue del 26,9 %, las compras en línea se incrementaron un 121,3 % de media en el mismo periodo. Paradójicamente, también se han visto beneficiados el comercio tradicional (que aportaba seguridad y cercanía) y los supermercados frente a los híper y las cadenas de descuento.
El impacto económico en el sector, por tanto, no ha sido homogéneo y podemos vislumbrar sectores que han aumentado su demanda, frente a otros que la han reducido hasta casi la desaparición. No obstante, posiblemente sea en el nivel de empresa en el que se sustanciarán esos efectos, ya que las hay en sectores a priori fuertemente afectados que están en una buena situación y, a la inversa, empresas con problemas en sectores que, inicialmente, estarían en el bando de los que han mejorado. Y eso lo vamos a ir viendo en los próximos meses, según se vayan produciendo los acontecimientos y en función de la profundidad de la crisis económica desencadenada por la enfermedad.
Mientras eso llega, creo que el balance hasta el momento para el conjunto del sector es de una mejora en el reconocimiento de su contribución a la sociedad; una inyección de autoconfianza en todos los eslabones de la cadena por la magnitud del reto al que se ha enfrentado y el éxito obtenido frente a él, y un avance significativo de la digitalización tanto en el ámbito de las empresas como en el de la demanda.
Para finalizar, el relativo éxito conjunto no debe hacernos olvidar la prudencia. Debe ser una preocupación de todo el sector el actual clima de reescalada de la enfermedad, por la dificultad que supondría controlar los brotes en zonas donde las labores de recolección se concentran mucho en el tiempo y aún el uso de la mano de obra es intenso.
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