'53-53-546', una exaltación al amor propio
canciones soleadas
Pasó el tiempo y no puedo esperarte más/ mi dedo está enrojecido de tanto marcar... Hablamos de una propuesta digital en plena era analógica. En aquellos teléfonos de góndola había que dejarse las falanges cuando se insistía en las llamadas. Los dedos de Raffaella Carrá cobran vida mientras asedia a ese amante ausente, despistado de casa, que no cumple con el deber de su amada anhelante. En 1977, año de esta canción, la telefonía iba a pedales, las conexiones eran lentas y la comunicación, a veces, totalmente imposible. Qué sabrán los millennials y sus hermanos menores de marcar girando la mano. Doble proeza si era en una cabina pública, entre calderilla y jeringuillas en el suelo.
El usuario 535456 se pierde la oportunidad, mientras en el estribillo unos duendes cascabeleros a lo Mahná, Mahná ("na-na-na-naá") repiquetean de impaciencia alegre. La amante advierte y no quiere quedarse con las ganas. Dónde estás, corazón. Hay "muchas formas de vivir", remata reflexiva, y envalentonada, la cantante con esos dedos enrojecidos.
Raffaella fue siempre pionera, innovadora y sutilmente transgresora. Con sus bamboleos lumbares invitaba a la liberación vibrante, a la fiesta, a vivir la existencia cuando el personal había sido instruido en que nuestro mundo era un simple valle de lágrimas.
Entre sus campanudos maromos bailarines de bigotillo, con su sonrisa y pelo de trovadora la boloñesa, incombustible y perpetuamente joven, despertaba la jacaranda en los tiempos de sombrillas de flores feas y tintorro en la nevera de la playa. Era la voz de un trópico sencillo de andar por casa.
Sus canciones desenfadadas anticipan la normalización en el disfrute del sexo. Raffaella disipaba tabúes y como si estuviera montada en un carrusel luminoso jaleaba a hacer el amor en dirección al sur; a ajustar las cuentas con las malas parejas; a ser infiel y no mirar con quién o, como en este caso telefónico, a una autosexualidad sin remordimientos.
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