La Macarena y los toros: siglo y medio de la mano
Historias Taurinas
La metamorfosis estética de la cofradía de la Esperanza no se puede entender sin el apoyo económico de los distintos festejos taurinos organizados desde el último cuarto del siglo XIX hasta nuestros días
Joselito reina un siglo después: el 16 de mayo será el Día Internacional de la Tauromaquia
Joselito y Benlliure: la dedicatoria de una fotografía premonitoria
El vínculo de la cofradía de San Gil con el mundo del toro es antiquísimo y se remonta al último cuarto del siglo XIX. Nunca se ha interrumpido, firmando su penúltimo capítulo el 12 de octubre de 2018 en ese festival a beneficio de las obras sociales y asistenciales de la cofradía de la Madrugada que abrió el camino y la fecha al resto de corporaciones -Baratillo, Esperanza de Triana, Gran Poder y el Rocío de Triana- que se están beneficiando de la solidaridad del mundo del toro para reforzar sus bolsas de caridad.
La propia hermandad ha contado hasta 31 festejos celebrados en el coso del Baratillo o en la efímera Monumental de San Bernardo en los que estuvo implicada la propia cofradía de San Gil. Podrían ser más. Pero la historia de estos espectáculos, además, está íntimamente ligada a la evolución ornamental de la corporación penitencial que espoleó algunos de sus estrenos más relevantes gracias a los beneficios obtenidos.
Los anales de la corporación ya recogen la celebración de sendos espectáculos en 1879, 1880 y 1881. Con su producto se pudo estrenar el primer manto de Juan Manuel Rodríguez Ojeda, bordado por Eloísa Ribera en 1881. Aún quedaba algún tiempo para la definitiva explosión estética de la Macarena. Y Rodríguez Ojeda, cogido de la mano con el mundo de los toros, tendría mucho que ver. Es importante resaltar un dato: Juan Manuel supo ver el potencial de los festejos taurinos asumiendo personalmente su organización consiguiendo, de paso, que sus beneficios se consideraran extraordinarios y destinados a la renovación de enseres de la cofradía. Mataba dos pájaros de un tiro: además de la renovación de la fachada ornamental de la corporación, mantenía abierto y en frenética actividad su taller familiar de bordado. El asunto, eso sí, no estaría exento de fricciones…
Sin solución de continuidad, en 1890, Rodríguez Ojeda –que había pasado de prioste a mayordomo de la Esperanza- volvería a estar detrás de la organización de otras dos novilladas que servirían para confeccionar el palio negro de la Virgen, hoy en propiedad de la cofradía de la Estrella que aún lo alterna con el de Garduño en las salidas procesionales de la bellísima dolorosa del Domingo de Ramos. En esos festejos –recoge Andrés Luque Teruel- se llegaron a sumar 15.188 reales. La primera de las novilladas se celebró el 28 de septiembre y la otra el 26 de octubre, actuando –aún como novillero- el famosísimo matador de Alcalá del Río Antonio Reverte. El 19 de julio de 1891, año del estreno de ese palio bordado por Josefa Rodríguez Ojeda, se celebraría otro festejo más acartelando a dos novilleros de moda: Quinito y Bonarillo, que lidiaron reses de la Viuda de Concha y Sierra. Aún hubo otro más, en la tardía fecha del 28 de noviembre de 1897, con la particularidad de anunciar a Corcito, un novillero trianero que acabaría muriendo en el ruedo mexicano de San Luis de Potosí.
La cofradía moderna: del manto camaronero al palio rojo
La revolución estética de la Macarena ya estaba en marcha y la hermandad –o Rodríguez Ojeda- volvería a contar con la gente de coleta para impulsar otro estreno–el fundamental manto de malla- con la celebración de otros dos festejos en la bisagra de los dos siglos. El primero de ellos se celebró en la tarde del 30 de julio de 1899. Los novillos eran de Murube y los novilleros, Algabeño Chico y Rafael Gómez, que aún se anunciaba como Gallito, una saga que tendría mucho que ver con la corporación macarena en los años sucesivos.
Los beneficios de este espectáculo superaron, según los datos de la propia hermandad, las 8.000 pesetas. Pero aún hubo otro, celebrado el 19 de agosto de 1900, que reunió al menor de los Bombita, Moreno Chico de San Bernardo y Fernando Gómez Ortega, al que anunciaron como Gallito Chico. La anécdota del festejo fue la actuación del famoso Don Tancredo, que esperaba la salida de las reses completamente inmóvil, vestido y maquillado de blanco y subido a un pequeño pedestal. El novillo del numerito, por cierto, fue estoqueado por Humberto Boza, un artista de la compañía del teatro Eslava. La hermandad regaló una pitillera de plata al mejor de los novilleros, escogido por el jurado formado por los diestros El Gordito, Currito y Chicorro. La recaudación, esta vez, fue de poco más de 5.000 reales pudiendo pagar el resto del manto gracias a una suscripción popular.
Pero a aquel manto de malla, estrenado en la Semana Santa de 1900, estaba destinado a completar la pieza maestra de la Semana Santa moderna. Hablamos del palio rojo que acabaría convirtiéndose en la piedra angular de la cofradía regionalista. Ya se habían celebrado otras dos novilladas en 1904 y 1906 y una tercera en 1907 en la que se lidió ganado de Miura, otra familia íntimamente ligada a la corporación durante más de un siglo. Fue el 30 de junio, acartelando a Capita, Moreno de Alcalá y Vázquez II, que resultó herido. El palio rojo se estrena en la Semana Santa de 1908 y ese mismo año, el día 28 de junio, vuelven a encerrarse seis novillos de Miura para Capita, Calerito de Zaragoza y el cordobés Mojino Chico. Hubo una tercera novillada aquel año que terminó de redondear el beneficio: 13.456 pesetas de la época.
La corona de oro y Joselito
Los hermanos de la Macarena volvieron a la carga el 25 de junio de 1911 sin que fallase el apoyo de los Miura. Vazquez II, Andrés del Campo ‘Dominguín’, que moriría en la plaza de Madrid, y Rosalito de Castilleja estaban en el cartel. Heridos los dos primeros, Rosalito tuvo que pechar con cuatro funos. Para entonces la revolución macarena proseguía a toda marcha y a punto de poner en pie otro estreno fundamental: la corona de oro que se impondría a la Virgen de la Esperanza en la llamada coronación popular del 14 de marzo de 1913. Juan Manuel Rodríguez Ojeda –también el impar canónigo Juan Francisco Muñoz y Pabón- estaban detrás de este proyecto que necesitaba oro, dinero y… toros.
Y así, el 30 de junio de 1912 se vuelven a encerrar seis miuras para Dominguín, El Tello y Rosalito que, esta vez sí, acabó pasando por el hule. Pero nos interesa especialmente el segundo festejo organizado aquel año para la cofradía del Arco. Fue el 14 de agosto de 1912. José Gómez Ortega, Gallito en los carteles y Joselito en la intimidad familiar, aún era novillero pero ya tenía visos de gran figura. Apenas le quedaba mes y medio para tomar la alternativa y se había comprometido a torear en solitario a beneficio de la Hermandad de la Macarena. Se trataba de recabar fondos para sufragar aquella fastuosa corona de oro que se estaba labrando en la joyería Reyes. La presea tenía dos autores intelectuales: uno, el diseñador Juan Manuel Rodríguez Ojeda. El otro, el nombrado Muñoz y Pabón, verdadero ideólogo de la esa coronación “popular” de la Virgen de la Esperanza. José lidió novillos de Benjumea, Miura, Murube, Parladé, Tovar y Santacoloma.
El beneficio fue de unas tres mil pesetas que, con otras nueve mil procedentes de la ejecución de la herencia de José Gutiérrez de la Vega permitieron sufragar la corona. La Virgen ya tenía su palio, su manto y su corona. Se había redondeado la cofradía popular y revolucionado la estética de la Semana Santa. José aún volvería a torear a beneficio de la hermandad y la devoción de su vida. Fue en la única corrida de toros –no novillada- organizada a beneficio de la hermandad. Se verificó el 16 de junio de 1918 en la plaza de la Maestranza. Gallito, que cortó dos orejas a un toro de Salas, hizo el paseíllo junto a Curro Posada y Limeño, compañeros habituales en sus tiempos de novillero.
Pero José aún organizó otro festejo, el 5 de noviembre de 1919, aunque esta vez tuvo lugar en la efímera Monumental que el coloso de Gelves había alentado junto al barrio de San Bernardo, en la actual avenida de Eduardo Dato. Gallito estoqueó dos reses de Flores Íñiguez y una, los diestros Vázquez II, Zapaterito, Varelito y Juan Luis de La Rosa, único matador alternativado en el efímero coso, que no sobrevivió a su creador, caído en Talavera el 16 de mayo de 1920 después de preguntarle a Juan Manuel, en la última Madrugada de su vida, cuánto valían doce varales de oro...
Los últimos festejos
El penúltimo festejo benéfico para la hermandad de la Macarena se montó en 1942. Hacía 22 años de la muerte de José y doce de la de Rodríguez Ojeda. Había pasado una guerra, el incendio de San Gil, las ocultaciones de la Virgen de la Esperanza… Eran otros tiempos pero seguía haciendo falta dinero. Los fondos obtenidos con aquel festival estaban destinado a sufragar la construcción de nuevo templo, la actual Basílica de la Esperanza. Se celebró el 15 de febrero bajo la presidencia del mismísimo Franco, que también asistiría a la posterior y definitiva coronación canónica de la Virgen. Se anunciaron reses de Miura, Pablo Romero, Felipe Bartolomé, Hidalgo Hermanos, Juan Belmonte y Calderón que fueron estoqueadas por Juanito Belmonte, Pepe Luis Vázquez, Paquito Casado y Rafael Ortega ‘Gallito’, sobrino de Joselito, que cortó un rabo. El cartel lo completaban José Ignacio Sánchez Mejías –hijo del mítico Ignacio- y Manuel Martín Vázquez.
Este círculo se cerró, por ahora, el 12 de octubre de 2018 con ese festival que ya está en la historia de la hermandad, de la plaza de la Maestranza y de la propia ciudad. José Antonio Fernández Cabrero, que sigue empuñando la vara de hermano mayor de la Macarena, se echó a esta piscina de la mano del que entonces era su consiliario primero, el matador de toros Eduardo Dávila Miura. En el cartel figuraban Pepe Luis Vázquez, Morante de la Puebla, Francisco Rivera Ordóñez, José María Manzanares, Andrés Roca Rey y el novillero Manolo Vázquez. Dos años después, la pandemia se iba a llevar la práctica totalidad del programa previsto para conmemorar el centenario de la muerte de Joselito. Pero el dichoso virus no impidió que la hermandad, gracias al empeño de su hermano mayor, lograra levantar el monumento al coloso de Gelves –obra de Manuel Martín Nieto- que ya mira a la Esperanza desde su propia eternidad. Es una historia que, si sus hermanos quieren, permanece aún abierta…
También te puede interesar
Lo último