Manzanares salva con un triunfo en el cierre un fiasco ganadero
Con el triunfo de Manzanares en el sexto se salvó una tarde de fiasco ganadero. Cierto es que se aplaudieron tres toros en el arrastre, se cortaron tres orejas y sonaron palmas por bulerías, pero ¿es esto la Fiesta de los toros o una burbuja de triunfalismo taurino?
Es un presagio de lo que va a ser el futuro de la Fiesta, al menos por aquí. Una Fiesta sin veterinarios ni autoridad porque la buena presentación de la corrida anterior subrayó la pobreza de caras y láminas de la de ayer.
Una fiesta sin pitones, ya que ayer no los hubo: toros de escasa armadura, impresentables en una plaza como lo que es, ha sido o merece ser ésta, con una solera de siglos de toros.
Y digo sin pitones literalmente porque además tres toros se los rompieron de raíz: dos de ellos, al derrotar en un burladero y, un tercero, ¡en el peto! Para colmo, los tres de Morante.
Una fiesta sin tercio de varas, con monopuyazos de trámite y gente aplaudiendo como en el juego de damas: "Soplada por no comer", aplausos por no picar.
Una fiesta con mucho adobo, aderezo, música, glamour, óperas flamencas, palmas por bulerías y orejas por un tubo, pero de una intrascendencia tan fugaz como los buenos y bellos pasajes, eso sí, que dejó ayer la terna. Artistas con una calidad deslumbrante en lo que hacen.
Antes, el autobús era una medida de entusiasmo taurino: "Tal novillero tiene mucho ambiente, trae tres valencianas". Ahora Morante trae un autobús, lo aparca en la puerta de la plaza y no cabe el mucho público que trae dentro. Pero para los aficionados hay sitio de sobra.
Finito tuvo actitud y muchas ganas, y dejó una faena de detalles intermitentes en su primero, un manso que metía bien la cara y que fue rompiendo a más hasta el punto de que el matador dejó carteles de pinturerísima torería en el cierre. El segundo de Finito fue un toro de inservible sosería. El de Córdoba hizo un notable esfuerzo que no tuvo recompensa.
De Morante, lo dicho: la tarde no fue de duendes, sino de demonios cojuelos rompepitones. Tan reiterativo fue el quebranto pitonudo -tres veces, tres- que cuando el cuarto toro que le soltaron a Morante se aproximaba a un burladero, el público chufleaba con un largo "¡huy!" como si la selección tirara al poste.
Y ese semoviente de encornadura superstite, era inútil para la lidia pero eficaz agrimensor, porque se dedicó a medir el suelo, cayéndose de inválido. Eso sí, hay que quedarse con los lances de Morante a su primer toro.
La apuesta por este ganado la ganó Manzanares, que se llevó el premio y la Ópera flamenca, pieza reservada al credo morantista. Con su primero hilvanó una faena de largo trazo sobre la derecha, sin estrecheces, tangencial. A los que no les dan importancia a esas cosas les encantó, aunque no hubo esa profundidad que imprime Manzanares cuando torea hacia dentro.
El sexto fue el mejor de la suelta, en el último tercio, pues había manseado de lo lindo. Manzanares se acompasó con la banda y ligó una faena de calidad creciente, hasta la irrepochable serie en redondo después de uno de los solos musicales, antes de armarse, y hasta el bonito pasaje por naturales de un toro que por las pausas se le fue viniendo arriba. Aquello fue el delirio y gran colofón de una tarde que no rodaba bien. Menos mal.
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