Puerta anovillada del Príncipe
Balcón de Sol
Gallito debutó en Madrid en junio de 1912. Para el debut estaba anunciado con una novillada del Duque de Tovar. Al verla le pareció chica y exigió que se le cambiase por una corrida de Olea más grande. Así se hizo y fue un gran éxito. Por gestos como este Joselito fue figura del toreo. A Andrés Roca Rey sus poderdantes no le han debido contar esta historia y será por eso que consiente en anunciarse en Sevilla con un toro, su primero, terciado, anovillado, indigno de esta plaza y de cualquier plaza de primera. El presidente y los veterinarios deberían dar explicaciones y asumir responsabilidades por admitir semejante novillo. También la debe asumir el público, que no protestó de salida, si bien a este se le puede admitir la eximente de ignorancia sin solución. Y, por supuesto, la empresa y los taurinos instalados en un triunfalismo cómodo y barato que ningún bien hace a la fiesta. Entre todos el crédito de Sevilla está por los suelos, quién te ha visto y quién te ve.
Con el novillo, bravo en la muleta, estuvo correcto Roca Rey si bien la faena no acababa de llegar a los tendidos. Se dio cuenta el inca, que apostó por las cercanías y el parón hasta echarse encima del toro, que en un derrote secó lo cogió, se levantó y sin mirarse cogió el estoque, matando al novillo de una estocada caída de la que salió muerto. La plaza, más de pueblo que nunca, pide la oreja y el presidente, generoso él, da las dos de golpe. Viva Sanlucar, Jerez y La Algaba, que es mi pueblo. En su segundo, hizo otra faena aseada ante un toro que no humillaba y salía suelto de cada pase, por arriba, mirando a las tablas y sin continuidad para, de nuevo, buscar el parón cordobesista y los alardes de valor ante un toro ya parado y entregado. Faltó el salto de la rana. Mató de nuevo de una estocada segura, esta sí en lo alto, y cortó una oreja. Por qué le dan una oreja en este y dos en el primero es un misterio que yo no soy capaz de aclarar. A lo mejor este presidente y este público de pueblo nos lo pueden explicar.
El toreo, como contrapunto, lo puso Pablo Aguado en el sexto. Un toro terciado muy noble pero sin fuerza ninguna. Es difícil torear estos toros, solo los grandes toreros son capaces y Pablo lo es. Sin salir de la raya del tercio, aprovechando las querencias, lo toreó con suavidad y dulzura, muy despacio, aprovechando las pocas embestidas del toro. La faena no podía ser rotunda, más bien de detalles, y así fue. Nos regaló, de uno en uno, naturales despaciosos, bellos, templados, un molinete lleno de clasicismo y un cambio de mano que hubiese firmado el mismo Pepe Luis, todo estando y saliendo de la cara del toro con esa naturalidad que, como decía Luis Fuentes Bejarano, consiste estar ante el toro como si uno estuviese paseando por la calle Sierpes. Mató de una gran estocada, perfecta en su ejecución, y cortó una merecida oreja.
Nada pudo hacer Juan Ortega ante su lote, si bien nos deleitó con un quite por delantales cadencioso rematado con una excepcional media trayéndose el toro atrás.
Se llevaron a hombros a Roca Rey. Ahora que llega Madrid, se debería asomar por la mañana a los corrales y, si le ha tocado en suerte un novillo del Duque de Tovar cambiarlo por un toro de Olea, como figura del toreo que es. Yo, mientras tanto, me quedo paladeando el toreo de Aguado. Puro almíbar.
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