Rentabilísimo aburrimiento
Contracrónica de la decimoprimera de abono
La corrida del Miércoles de Farolillos respondió a la pobreza de su argumento. A pesar de todo hubo dos toros que merecieron mejor trato
Crónica: De cuando sorprende el llenazo
Galería: Las imágenes del festejo
Vayan ustedes a contarle a Ramón Valencia que esta tarde del festivo Miércoles de Farolillos no tenía interés para el aficionado. Coméntenle que Manzanares navega lejos de sí mismo apoyado en la todopoderosa casa empresarial que lo mantiene vivaqueando por la ferias; que Talavante es una sombra de aquel torero -hace ya casi dos décadas- que enamoró a la Maestranza con un natural infinito o que Rufo, con la yerba en la boca, carece aún del tirón suficiente para apuntalar el cartel por más que lleve dos Puertas del Príncipe -de distinto peso y trascendencia- metidas en la talega.
Sí, vayan a contarle al gerente de Pagés que una terna así cantaba en la cartelera a tenor del momento que atraviesan los más veteranos. El alicantino viviendo de sus propias rentas y el extremeño, enredado en su propio bucle melancólico cuando comprobó, reaparecido tras aquella retirada estratégica de 2018, que no gozaba de la excepcionalidad taquillera y artística que había soñado un día. Don Ramón, desde su burladero del tendido uno, les respondería que todo está muy bien pero les enseñaría ese famoso cartelito que certifica el éxito del empresario: “no hay billetes para hoy”. A partir de ahí podríamos entonar el “no hay más preguntas señoría” pero el festejo, más allá del público de aluvión que llenó los tendidos y engordó la caja en las taquillas, merece ser desmenuzado cuando empiezan a pesar esas once tardes en las que ha habido de todo, también mucho bueno.
Las reflexiones son diversas pero podríamos comenzar hablando de la longevidad profesional del actual escalafón de matadores, blindados en las ferias en torno a un sistema cerrado que perpetúa sus contratos sin importarles su indisimulable decadencia ni el futuro del espectáculo a medio o largo plazo. El caso de Manzanares es más que paradigmático. Nadie puede negarlo: el alicantino escribió en su momento algunas de las páginas más gloriosas de la plaza de la Maestranza de este primer cuarto de siglo pero su presencia multiplicada en el abono, por más que rentabilice la taquilla, hace tiempo que chirría. La respuesta de la empresa, del sistema que ampara estas componendas, ya la hemos expuesto.
Pero podemos sacar otras conclusiones de esta rentable y aburrida función a plaza llena que volvió a confirmar los nuevos aires que planean sobre la plaza de la Maestranza. No, no se trata de caer en la nostalgia pero sí hay que constatar que los tendidos -siempre hay que hacer caso a Ortega- funcionan como un espejo de la propia sociedad. No hace falta seguir añorando ese sombra senatorial que se marchó para no volver. Pero no está de más analizar la naturaleza de este público variopinto, ajeno a la clásica idiosincrasia de la plaza, que abarrota los escaños regionalistas del coso maestrante con sed de bucanero.
Sería curioso conocer la cuenta de resultados de los cientos de gin tonics que se trasiegan en estas tardes de toros. ¿Mejor? ¿Peor? En realidad es lo que hay y no hay que dar demasiada tregua a la melancolía.
A parir de ahí hay que centrarse en lo que pasa en el ruedo y si nos atenemos a la tarde de este Miércoles de Farolillos las notas del plumilla hablan de una decepcionante corrida de Jandilla en la que, pese a todo, hubo dos toros que merecieron mejor tratamiento. Del momento que atraviesan Manzanares y Talavante ya hemos pontificado. Están más que amortizados. Preocupó más el estancamiento del más joven. Camarón que se duerme...
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