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La vida rara del caballo de pica

Del Dios toro

JORNADA DE CASTIGO Dos caballos de la cuadra de Peña, lesionados en sendos derribos · Espectacular arreón del quinto toro de Torrealta

Barquerito

01 de mayo 2009 - 01:00

L OS petos que los protegen han hecho a los caballos de pica casi invulnerables. Casi. Para los revisteros taurinos de hace un siglo era preceptivo reseñar el número de caballos muertos por corrida, hacer recuento y largarlo luego como un parte de guerra. Una cosa que llamaba mucho la atención a los viajeros románticos de la España anterior al peto de picar era el acre hedor de las plazas en las tardes de grandes matanzas de caballos, que las había. No suene a frívolo hacer, en cuestión taurina, la distinción de esas dos Españas. La de antes del peto y la de después.

La sensibilidad pública no habría soportado la visión de los caballos muertos mucho tiempo más. Acaban de cumplirse ochenta años de la instauración del peto de picar. El toreo moderno se regula al implantarse inexcusablemente el peto, que ha ido cambiado de forma, sustancia y figura a lo largo de estos ochenta años de vida. Como las personas. Es causa mayor la de proteger como sea la integridad del caballo. De tal manera que no llegue a percibirse que dentro de la trama resulta obligada una pelea entre un inocente caballo y un toro.

La inocencia del toro es uno de los caballos de batalla del antitaurinismo militante. Aunque parezca un banal retruécano. Los taurinos propiciaron el trascendental giro que trajo consigo el peto porque se sentía, entre otras cosas, que el caballo tenía que dejar de ser la víctima de la fiesta. Es decir, se tuvo en cuenta su papel de figura inocente. No conviene atizar las brasas de aquel fuego nunca del todo extinguido, pero, con los ojos de hoy, resultan patéticas las imágenes documentales donde aparecen las reatas de caballos a las puertas de alguna plaza famosa. Como condenados a muerte. Una cuadra de caballos de hace un siglo y una de ahora no se parecen en nada. Los caballos de pica modernos viajan de feria en feria y reciben trato y pago como si fueran a su manera toreros. Y no dejan de serlo. Los caballos de Peña, los de la cuadra de Sevilla, son célebres. Por su torería.

Esa torería ha sido ponderada más de una vez. Y por los propios picadores. De los siete grandes gremios del mundo del toro, se tiene al de los picadores como el más sincero al ponderar su oficio. ¿Y los otros seis? No tanto. Un caballo es incapaz de mentir. Y un toro. Se oye a veces decir de un toro que ha sido mentiroso. Una metáfora. Quiere decir que se ha engañado el que lo estaba toreando. O el que lo estaba viendo y lo tiene que contar después.

En la corrida de Torrealta jugada ayer en Sevilla había un toro ¿mentiroso?, el quinto, con pinta de llegar a poder con el caballo de pica si se lo proponía. ¿Cómo detectar ese detalle? Pues porque había sido de salida tardo pero muy impetuoso. Y estaba cargado de riñones pero no pasado de peso. Las embestidas casi de arreón, propias de algunos toros tardos, no todos, son muy difíciles para el caballo y para el que lo monta.

Y más si se pretende hacer con pureza la suerte, que fue el caso de Pedro Chocolate, uno de los dos picadores de la cuadrilla de Manzanares. En la violencia de la primera vara, ese quinto derribó. E hirió a un caballo. No fue el único caballo herido en una tarde muy dura para la cuadra de Peña. Casi fuego graneado. Dos derribos, tres desmontadas, cuatro peleas por los pechos. Duro oficio el de caballo de pica. Y el de picar.

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