Tensión entre dos potencias ibéricas: la rivalidad luso-castellana de los siglos XV y XVI
Primera Vuelta al Mundo | Tribuna libre del historiador Pablo Ortega
La primera vuelta al mundo avivó el enfrentamiento entre los países vecinos
La rivalidad arrancó a finales del XIV por el control del Atlántico primero y de Asia luego
Cuando el 10 de agosto de 1519 Fernando de Magallanes zarpó del puerto de Sevilla sabía que había mucho en juego. Su propósito era descubrir una nueva ruta hasta Asia bordeando el cono sur del recién descubierto continente americano. Por aquel entonces toda Europa miraba a Extremo Oriente, fuente de asombrosas narraciones y grandes riquezas, especialmente las valiosas especias. Magallanes era consciente de que la campaña que iba a emprender era difícil, costosa y peligrosa, pero era una posibilidad que había que explorar. Sus planes no salieron exactamente tal y como él imaginaba, pues en un primer momento propuso esta misma expedición al rey portugués Manuel I. Tras la negativa de este buscó otras posibilidades, y la mejor opción acabó por ser la Monarquía rival, la Hispánica. Tras varias consultas y la aceptación final de Carlos I de España y V de Alemania, los preparativos comenzaron.
La campaña de Magallanes solo puede entenderse dentro de una larga y compleja rivalidad entre las Coronas portuguesa y castellana. Ambas Monarquías estuvieron en pugna durante décadas y, de hecho, se desarrolló una auténtica guerra fría por controlar el Atlántico y buscar rutas marítimas hasta Asia. Para comprender esta tensión hay que retroceder un siglo atrás, a finales de la centuria del XIV y comienzos del XV. En aquel tiempo Portugal y Castilla miraban tímidamente al océano como un área de expansión y posibilidades económicas, pero la situación interna de cada reino era bastante diferente. Portugal había finalizado su proceso de reconquista y buscaba su crecimiento más allá del territorio europeo como una forma de superar las tensiones nobiliarias y encontrar riquezas, sobre todo especias, oro y esclavos. Era la época de Enrique el Navegante (1394-1460), quien puso en marcha multitud de expediciones y descubrimientos marítimos. En cambio, Castilla seguía concentrada en la conquista del reino nazarita, aunque nunca perdió de vista las oportunidades que ofrecía el Atlántico.
Pese a que el reino castellano emprendió la conquista de Canarias a partir de 1402 –la misión se encargó a varios nobles, lo cuales incorporaron las nuevas tierras al régimen señorial–, Portugal tomó la delantera. En 1415 se asentó en Ceuta y unos años más tarde conquistó Madeira (1417) y las islas Azores (1427); organizó numerosos viajes para explorar las costas africanas, en 1434 llegó al cabo Bojador y en 1458 alcanzó Cabo Verde. A pesar de todo, la primera mitad del siglo XV no fue un periodo exento de tensiones. Portugal se iba extendiendo, pero, al mismo tiempo, Castilla intentaba proteger su posición en Canarias, archipiélago que fue objeto de una compleja disputa jurídica y política. Aunque ambas Monarquías se miraban de reojo, consiguieron mantener la rivalidad en un estado latente gracias al tratado de Medina del Campo-Almeirim (1431-1432) y la bula Romanus Pontifex (1455), esta última claramente a favor del rey luso.
Esta calma saltó por los aires cuando en Castilla se desató una guerra civil por el trono entre Isabel la Católica y Juana la Beltraneja (1474-1479). Portugal apoyó a esta última, de modo que las relaciones se quebraron. Si bien era un conflicto sucesorio y europeo, la proyección atlántica del conflicto estuvo muy presente. De hecho, en 1477, en plena contienda armada, se dio un nuevo impulso a la conquista castellana de Canarias y en 1479, por fin, se firmó el tratado de Alcaçovas-Toledo. Gracias a este pacto Portugal reconocía a Isabel como legítima reina de Castilla y concluía la tensión en el Atlántico –al menos momentáneamente–, pues se acordó un reparto de las áreas de influencia y las islas Canarias se consagraron como un territorio plenamente castellano.
Aunque desde 1479 las relaciones entre ambas Monarquías mejoraron, la rivalidad por el Atlántico continuó. A lo largo de la década de 1480 la expansión se aceleró; los portugueses tomaron la delantera con el asiento en Guinea (1471-1473), el río Congo (1482), cabo Negro (1485) y el arribo al cabo de Buena Esperanza con Bartolomé Días (1488). La Corona portuguesa estaba muy cerca de conseguir su objetivo –llegar a Asia y al mercado de las especias– pero un hecho inesperado cambió el transcurso de los acontecimientos. En 1492 Castilla promovió un viaje que pretendía descubrir una ruta hacia la India por el oeste navegando a través de un océano que todavía estaba repleto de misterios. El comandante de dicha expedición, Cristóbal Colón, acabó por llegar a un continente oculto para los europeos. América había sido descubierta.
Este hecho no hizo más que acrecentar la rivalidad entre Castilla y Portugal. La reina Isabel rápidamente solicitó al papa Alejandro VI –quien pertenecía a la noble familia valenciana de los Borgia– el reconocimiento de las nuevas tierras, y en 1493 se firmaron las bulas Inter Caetera, Eximiae devotionis y Dudum siquidem. En estos documentos se dictaba que Castilla tendría los derechos de evangelización y conquista de todas las tierras al oeste de un meridiano imaginario que se situaba a cien leguas de Cabo Verde. Portugal, no estando conforme con este reparto, entabló relaciones con Castilla y en 1494 ambas Monarquías acordaron el tratado de Tordesillas, un pacto que dividía el mundo siguiendo el meridiano situado a 370 leguas al oeste de Cabo Verde. De este modo, Castilla se aseguraba la expansión por América, mientras que Portugal tendría vía libre sobre África y Asia.
En 1498 los portugueses culminaron su gran objetivo, llegar a la India bordeando el cabo de Buena Esperanza. Tras esta hazaña, capitaneada por Vasco de Gama, se fueron creando multitud de asentamientos por la costa asiática. Goa (1510), Diu (1513), Malaca (1511) o Timor (1512) son algunos ejemplos. Paralelamente, en 1500 se fundaron los primeros núcleos portugueses en Brasil. Castilla, por su parte, siguió con los descubrimientos del nuevo continente. Además de los cuatro viajes de Colón, la conquista de las Antillas, la exploración de México y otros viajes menores, la Corona siguió teniendo en mente el acceso a Asia por el oeste. Las esperanzas se dispararon cuando en 1513 Núñez de Balboa descubrió el océano Pacífico –el llamado Mar del Sur– mientras hacía una campaña por Centroamérica. Con este hallazgo urgió encontrar algún paso por el sur, de modo que Juan Díaz de Solís se lanzó a explorar los territorios de América del Sur entre 1515 y 1516. Aunque la campaña no pudo completarse, esta posibilidad seguía despertando interés, de modo que cuando Magallanes propuso su expedición, el rey aceptó inmediatamente.
Teniendo en cuenta este amplio recorrido cronológico, es posible comprender la expedición de Magallanes y Elcano (1519-1522) como un producto de la rivalidad luso-castellana reciente, acentuada en la década de 1490 con el descubrimiento de América y la ruta africana a la India, así como de la competición de larga duración que se remontaba a finales del siglo XIV. No obstante, la tensión entre Portugal y Castilla continuó más allá de la empresa de circunnavegación del mundo y, de hecho, llegó a su apogeo. Viendo la Corona portuguesa peligrar su posición en Asia, se entablaron nuevamente negociaciones con Castilla. En 1524 se propuso una reunión de expertos –la denominada Junta de Badajoz-Elvas– y en 1529, tras haber casado el rey Carlos I con la infanta Isabel de Portugal –un acuerdo matrimonial nada casual–, se firmó el tratado de Zaragoza. En dicho pacto se concluía el reparto del mundo en el Extremo Oriente, de modo que el meridiano situado a 300 leguas al este de las islas Molucas servía para separar las áreas de influencia: al oeste para Portugal y el este para Castilla.
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