Diario de una gran hazaña | Epílogo
Así acabó una gesta que hizo cambiar el concepto del mundo
Diario de una gran hazaña | Capítulo 60 (27 de septiembre de 1521)
Algo ha cambiado en la flota de las especias. Quizás haya sido el reciente cambio de mando, que ha sido aplaudido por casi toda la tripulación, o quizás que los 40 días de confinamiento para reparar la nao Trinidad han servido para aclarar algo las ideas y templar los ánimos. Pero sea como fuere, lo cierto es que la flota de las especias se ha vuelto a echar a la mar hoy, 27 de septiembre de 1521, y lo ha hecho con ilusiones renovadas. Porque por primera vez en mucho tiempo la expedición española parece estar convencida de que ahora sí están en condiciones de llegar a las Molucas y cumplir así la misión encomendada por el rey Carlos I.
Con Gonzalo Gómez de Espinosa al mando de la Trinidad y con Juan Sebastián Elcano como comandante de la Victoria, dos navegantes contrastados, las naos supervivientes vuelven a surcar las aguas del Mar de Joló o, como lo llaman los nativos de esta zona, el mar de Sulú. Navegan ahora en sentido contrario al que lo hicieron hace casi cinco meses, cuando se adentraron en estas aguas tras huir de Cebú, tras tener que destruir la Concepción en Bohol debido a la escasez de efectivos y tras tocar tierra de manera fugaz en la isla de Mindanao. Ahora el rumbo que siguen es sureste, ya que el objetivo es rodear el norte de la isla de Borneo y buscar las Molucas, que saben que está en algún lugar desconocido pero que no debe ser muy lejano.
Cada milla marina que navegan los españoles buscan alejarse de la nefasta experiencia de Brunéi, donde llegaron por capricho del anterior capitán general (Lopes Carvalho) y donde vivieron secuestros, batallas, ejecuciones y muertes. Después de eso vino el encallamiento de la Trinidad, la vía de agua abierta en su casco y la necesidad de fondear urgentemente en una isla situada al norte de Borneo para realizar allí las reformas pertinentes.
En contra de lo que se podía esperar, esta estancia forzosa en Bataraza no ha sido nada angustiosa porque la flota del rey de Brunéi, el rajá Siripada, no ha emprendido una persecución contra los españoles –o, al menos, no han dado con ellos en este enclave– y porque, además, no ha habido enfrentamiento alguno con una tribu cercana donde conviven sobre todo personas de avanzada edad.
Eso sí, el trabajo durante estos 40 días ha sido especialmente duro, debido a la escasez de herramientas necesarias para acometer las reformas llevadas a cabo en la Trinidad y a que para conseguir la madera de los árboles han sido precisas caminatas largas y fatigosas a los bosques que hay por la zona. En cualquier caso, y pese a los dos años de navegación continua que llevan acumulados, el aspecto que presentan ahora la Trinidad y la Victoria es bastante satisfactorio. El trabajo de calafateado realizado con una brea especial adquirida en Brunéi parece que ha dado resultado.
Pese a esas ilusiones renovadas y ese optimismo reinante en esta expedición a las Molucas, la flota ha vivido un par de sinsabores antes de zarpar. El primero ha sido la escasez de alimentos que han podido introducir en las bodegas de las naos. Se han aprovisionado de frutas y verduras propias de esta isla, pero casi nada de carne. Ello abre la puerta a que, si vuelve a aparecer el hambre, haya que fondear en algún lugar inhóspito para buscar comida.
Pero el segundo revés ha sido si cabe más duro porque la expedición ha perdido a un marinero que resultó herido a finales de abril en Mactán, en la misma batalla contra las huestes de Lapu-Lapu en la que murió Magallanes. Tras cinco meses luchando por recuperarse de las heridas sufridas, este lombardero ha terminado pereciendo, lo que deja a la flota de las especias con apenas 108 hombres.
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