Diario de una gran hazaña | Epílogo
Así acabó una gesta que hizo cambiar el concepto del mundo
Diario de una gran hazaña | Capítulo 34 (16 de noviembre de 1520)
En el lugar y a la hora indicados. Allí estaba Magallanes en medio del Estrecho de Todos los Santos aguardando la llegada de las naos Concepción y San Antonio. Unos días antes el almirante portugués había ordenado a estas dos naves que inspeccionaran los canales y pasos que se abrían hacia el sur y hacia el este. Mientras tanto, la Trinidad que él comanda y la Victoria lo harían en sentido contrario, por el paso que se abría hacia el noroeste.
Sin embargo, cuando estaba fondeado en el lugar fijado de antemano para el reencuentro, Magallanes sólo ha avistado a lo lejos las velas de la Concepción. ¿Y la San Antonio? ¿Dónde se habrá metido? ¿Habrá sufrido algún accidente? Multitud de preguntas sin respuesta brotan en la cabeza de Magallanes que, de manera indirecta, empieza a preocuparse por la integridad del capitán de la segunda de las naos que conforman esta expedición a las Molucas. Ese capitán no es otro que su primo Álvaro de Mezquita.
Con el paso de las horas el marino portugués se ha convencido de que a la San Antonio efectivamente le ha ocurrido algo. Por eso ha ordenado a los tres buques que le quedan en la expedición dar marcha atrás, desandar lo andado hasta el mismo cabo de las Once Mil Vírgenes y hacer una batida por el enrevesado laberinto que es este paso interoceánico que él mismo bautizó con el nombre de Todos los Santos. Si a la nao San Antonio le ha ocurrido un accidente, hay que dar con ella para socorrer a su tripulación, ha dejado claro Magallanes.
La opción de ese accidente no puede darse por descartada, dada la extrema peligrosidad que encierra la navegación en esta zona, donde sopla con mucha intensidad el viento del oeste y donde hay muchos canales tremendamente estrechos.
Tampoco descartan la opción de que la San Antonio haya podido perderse. De ahí que otra orden haya sido colocar en numerosos puntos del litoral cruces de madera que incluyan mensajes avisando a Mezquita de cuál va a ser el nuevo rumbo que va a tomar la expedición, que no va a ser otro que el paso que va al noroeste y donde la expedición ha fijado ya un pequeño asentamiento en un lugar que han bautizado como la Bahía de las Sardinas. Desde ahí Magallanes ha ordenado a una chalupa que siga el curso de ese canal para ver si efectivamente desemboca en el conocido como Mar del Sur, algo de lo que él está totalmente convencido.
Pero ese no es su problema ahora. Ya habrá tiempo más adelante para adentrarse en ese canal del noroeste. Porque ahora lo que le preocupa es saber lo que le ha pasado a la San Antonio. Y en su fuero interno Magallanes sabe que también existe la posibilidad real de que en esta nao, que ejerce además como buque-despensa de esta flota de las Especias, haya habido un motín.
Y si eso ha sido así, si ha triunfado una revuelta contra Álvaro de Mezquita, los problemas de Magallanes no habrán hecho sino agravarse de manera considerable, primero porque teme por la integridad de su primo y segundo porque la expedición perdería a los 60 hombres que conforman la tripulación actual de la San Antonio y también la bodega de esta nao, que es la que almacena la práctica totalidad de los víveres de la flota y con la que contaba el almirante portugués para multiplicar la mercancía de especias que transportarían de regreso a España una vez que llegaran a las Molucas.
Pero, en caso de confirmarse este motín, a Magallanes hay otro le tema que le duele más porque le afecta ya desde un ámbito personal. Por un lado teme caer en desgracia ante el emperador Carlos I en el caso de que éste se crea a pies juntillas la versión que le dé el nuevo comandante de la San Antonio, que puede denunciar cierto exceso de autoridad de Magallanes, haciendo hincapié en el destierro de Juan de Cartagena y de un clérigo, en las ejecuciones sumarísimas ordenadas por él, en el hundimiento de la nao Santiago Santiago a la que ordenó zarpar con una climatología pésima, o en la veintena de vidas perdidas por culpa de un invierno austral que la expedición tuvo que afrontar sin estar preparada para ello. Y todo, sigue pensando Magallanes, puede repercutir indirectamente en su familia. Y es que no hay que olvidar que su mujer, Beatriz Barbosa, vive actualmente en Sevilla, y recibe una paga mensual porque así lo acordaron en su día Carlos I y Magallanes cuando el rey accedió a financiar esta expedición. Si Magallanes cae en desgracia para el rey, adiós a ese sustento económico.
Lamentablemente, Magallanes está en lo cierto. Porque cuando la Trinidad, la Victoria y la Concepción se han separado en busca de la San Antonio, ésta hace días que dio marcha atrás y navega por el Atlántico tras abandonar el Estrecho. Es más, en estos días a esta nao hasta le ha dado tiempo de regresar a Puerto San Julián, el enclave patagónico ubicado un poco más al norte en el que la flota estuvo resguardada cinco meses para combatir el invierno austral y donde Magallanes dejó abandonados y sin víveres ni agua tanto al veedor real, Juan de Cartagena, como a uno de los tres clérigos de la expedición, Pedro Sánchez Reina. La San Antonio, comandada ahora por Esteban Gómez, ha acudido a San Julián con la intención de rescatar a las dos personas que fueron desterradas a finales de agosto acusadas de traición. Pero no hay rastro alguno de ellos.
Por eso la nao ha reemprendido el viaje de regreso a España, donde espera llegar en el plazo de cinco o seis meses. De momento, han tenido tiempo incluso de descubrir unas islas que hasta ahora no aparecían en ningún mapa. Ellos las han bautizado con el nombre de San Antón, aunque hay también quien las llama las islas Malvinas.
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