Diario de una gran hazaña | Epílogo
Así acabó una gesta que hizo cambiar el concepto del mundo
Diario de una gran hazaña | Capítulo 47 (21 de abril de 1521)
La orden ya está dada. Unos 50 hombres, esto es, un tercio del contingente con que aún cuenta la flota de las Especias, deben ir preparando sus armaduras y su armamento para una incursión que harán en los próximos días en una isla cercana con objeto de someter a su reyezuelo, una misión que se presume fácil.
La decisión la ha adoptado de manera unilateral el capitán general de esta expedición, Fernando de Magallanes, que ni siquiera lo ha consultado previamente con sus oficiales de más confianza, los cuales recelan, y mucho, de una orden totalmente imprevista y que tiene su base en las buenas relaciones que Magallanes ha entablado con el rajah de Cebú, la isla filipina donde la expedición de la Armada Española lleva ya dos semanas alojada.
Durante estos 14 días el soberano de Cebú ha tratado a Magallanes como si de un monarca se tratara, rindiéndole todos los honores con mucha pomposidad y brindándole todas las atenciones que precisara. Y todo ello, claro, le ha agrandado a Magallanes un ego que ya era de dimensiones considerables antes de iniciar este periplo filipino. Y para más inri, el mandamás de Cebú no ha puesto pega alguna a que el almirante portugués y los clérigos españoles que conforman la expedición evangelicen a todos los indígenas que quieran, rozando ya el millar de bautizados.
Este trato exquisito a Magallanes puede ser uno de los motivos por los que la expedición española no ha zarpado aún en busca de las Molucas, que es el objetivo principal de este viaje que está costeado y patrocinado por la Corona española.
Las tres naos comandadas por Magallanes llegaron a Cebú el pasado 7 de abril del presente año de 1521 y la verdad es que durante este tiempo estos 150 hombres parecen estar viviendo en el paraíso, ya que Cebú es, de sobra, la población más modernizada que han visto desde que zarparon de Sanlúcar hace ya un año, siete meses y un día. Además los españoles pueden disfrutar de un clima excelente, playas de arena fina, palmeras, comida en abundancia, la amabilidad de los indígenas y el cariño de unas nativas que parecen preferir a los recién llegados antes que a sus parejas del lugar.
Incluso, el rey de Cebú ha cedido una cabaña a los españoles para que instalen allí un almacén donde poder comercializar con los habitantes de la isla. Así, no son pocos los que se han hecho con cantidades importantes de oro y con comestibles variados a cambio de objetos de bronce, de hierro o de otras joyas o metales que lleva la expedición en las bodegas de sus naves y que están destinadas precisamente para estos fines.
Todo este panorama le ha dado a la expedición mucha calma y mucha salud. El mejor ejemplo es que la flota suma ya 11 días sin tener que lamentar nuevas muertes. Este hecho, unido a que prácticamente ya no quedan enfermos de escorbuto, quiere indicar que toda la penuria vivida durante la travesía infinita por el Océano Pacífico ha quedado al fin atrás.
Por ello, y cuando todo invitaba a pensar que en cualquier momento Magallanes ordenaría volver a la mar en busca de unas Molucas que no deben estar muy lejos y de sus codiciadas especias, su decisión de ir 'de guerrilla' ha sorprendido a propios y extraños.
Sí, 'de guerrilla', porque el capitán general de la Flota de las Especias tiene claro que él y el medio centenar de hombres elegidos no van a hacer otra cosa que una especie de maniobras militares, una invasión fácil en la isla vecina de Mactán que les servirá para ejercitarse.
Con esta incursión Magallanes quiere cumplir una petición que le ha hecho el rey de Cebú, con el que ha entablado una amistad muy fuerte. Al parecer, y según le ha contado, en Mactán no tienen la tradición comercial que sí hay en Cebú, donde son habituales los negocios con viajeros que llegan desde China o desde otros territorios cercanos. Y para suplir estas carencias el jefe de las tribus de Mactán, llamado Lapu-Lapu, ordena ataques constantes a Cebú para robar sus riquezas. Y Magallanes, que ya ha tenido tiempo de hacer demostraciones del poderío de sus armas, sobre todo las de fuego, quiere tener ese detalle con su amigo y anfitrión.
La decisión no ha gustado nada a sus oficiales más cercanos, que ya le han hecho ver al almirante portugués que se está metiendo en una guerra que no es la suya y en la que no saben a qué se van a enfrentar. Pero el principal responsable de la expedición española lo tiene clarísimo: en pocos días zarparán en dirección a Mactán, dispararán sus cañones desde las naos, Lapu-Lapu y sus hombres huirán aterrorizados y los españoles desembarcarán para quemar sus cabañas, arrasar con las pertenencias de estos indígenas y darles una lección. Más o menos como pasó en la isla de los Ladrones a principios de marzo. Henchido de orgullo, Magallanes quiere mostrar a todos su poderío.
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