¿Dónde estáis que voy payá?

Navidad 2019

El tercer fin de semana de zambombas vuelve a colapsar el centro con un gran ambiente

La zambomba BICaglutina el protagonismo con villancicos en torno a una candela

Zambombas 14 de dicienbre en Jerez
Zambombas 14 de dicienbre en Jerez / Vanesa Lobo
Fran Pereira

15 de diciembre 2019 - 05:00

Suena el móvil pasadas las cinco de la tarde. '¿Dónde estás?' En la Amargura. Vamos para allá. Cuesta llegar y moverse entre tanto gentío. Es el tercer gran fin de semana de zambombas y esto está igual que el primero. El centro, a reventar, los parkings llenos y encontrar un sitio con el coche, toda una odisea. “He dado veinte vueltas y no se mueve nadie”, comenta con la ventanilla bajada alguien que pretende acceder a la zona.

La gente se mueve de un lado a otro buscando el mejor sitio para disfrutar, para cantar villancicos. Algunos ya van cargados, se les nota en los ojos, y las ganas de fiesta aumenta y aumenta conforme pasan las horas.

La calle Francos es un tapón. “Ni en Semana Santa he visto esto aquí”, comenta una amiga a otra mientras espera para poder llegar a Plateros. En Damajuana, colas para entrar, y justo al lado, la zambomba de la Pastora congrega a tantas personas que ha convertido en un embudo esa parte de Jerez.

Antes, entre Francos y Plateros el ambiente es intenso. En una esquina, junto al Gorila, un grupo de jóvenes se canta y se baila. ‘Envidia tiene la fuente del color, de su carita divina...’, aquella popular creación de Antonio Gallardo, sirve de acicate para la fiesta.

Unos metros más allá, Lidia Hernández se entona por bulerías con la guitarra de Juan Junquera rodeada de una nube de móviles dispuestos a convertir el momento en imborrable. Es el aire de Jerez, villancicos, romancero tradicional y como no, bulería.

Justo en medio de Plateros, los Morilla mandan. Es sin duda uno de los pocos sitios donde aún se mantiene parte de la esencia. Juan Antonio se va al centro, canta, pide colaboración y ejerce de perfecto anfitrión, Fernando hace lo propio. Un villancico tras otro y el público entregado. El ritmo no para y durante horas la fiesta pervive. ‘El Marinerito’, ‘Los Peregrinos’, ‘La pandereta’...Suenan y suenan los de siempre, entremezclados con los más festeros, esas piezas que hoy por hoy, vayas donde vayas, están presente, principalmente porque, al contrario que las otras, se las sabe todo el mundo. ‘Ven, ven’, ‘Madroños’ o ‘Ya vienen los Reyes Magos’...

Al fin llegamos a la calle Carne. La gente espera o más bien respira algo en la puerta del bodegón que da cobijo a los cofrades de esta hermandad jerezana. Dentro se puede estar, no hay aglomeraciones, y al fondo, en torno a un corro, una multitud canta villancicos, con libreto en mano. Sólo unos pocos, los que ya tienen como mínimo seis décadas, siguen la copla sin mirar librillo algino. Cantan villancicos clásicos, ‘Iban caminando’, ‘Los caminos se hicieron’, ‘Camina la Virgen Pura’ acompañados por el potente sonido de la zambomba. ¡Qué bien suena zambomba cuando se sabe manejar!

Andrés Villagrán, conocido rociero y hermano de la Amargura, se levanta y pide participación. Reclama la colectividad, el alma de la zambomba, y el público responde, la gente participa. “¡Qué no se pierdan las tradiciones!”, clama uno de los presentes.

Muy cerca de allí, en la Peña Antonio Chacón, el ambiente es grande. Dentro no cabe un alfiler, y fuera algunos aprovechan para tener su momento de gloria o disfrutar de lo que le gusta, el cante, para interpretar, rodeado de cuatro amigos, letras de Navidad por bulerías.

Frente por frente, la Peña La Carbonera se reúne, como cada año, para celebrar las fiestas. Rodeado de recuerdos y alusiones en prensa de sus quehaceres rocieros de décadas, las mujeres se sitúan en torno a un corro para cantar villancicos. No falta la pataíta de alguna de ellas, hay buen ambiente y ganas de juerga. Es aquí, en este tipo de citas, donde se conserva la tradición. Está claro que hoy por hoy, lo más local o cercano es lo más parecido a lo de antaño.

En Lealas, la zambomba BIC lleva sonando desde las dos de la tarde. Con dos buenas candelas en medio y humo para dar y regalar, los grupos contratados asumen el protagonismo. Aquí el rol cambia, hay pocos actores activos, sólo pasivos que disfrutan de un buen espectáculo. Porque señores, ver cantar a Elu de Jerez letras de Nochebuena por bulerías y sin micro es todo un lujo. Es más, convalida horas y horas de zambombas, simplemente porque su voz es única.

El público se diverte, se lo pasa en grande, pero participa poco. Y eso que el Ayuntamiento, en una buena propuesta, ha editado este año, muchas Navidades después, un completo libreto con letras de villancicos. Hasta la alcaldesa se suma a la fiesta y de pie, junto a los cantaores, interpreta ‘Calle de San Francisco’. Pero cuando la mayoría es foránea, el móvil en mano y grabar es el único recurso.

Suena el teléfono. “Tengo aquí unos amigos de Zamora, ¿dónde los llevo para que vean una buena zambomba?”, preguntan. Aquí es el sitio, no hay mejor marco que el patio del Museo del Atalaya y ver en acción a un buen cuadro de artistas.

“Esto ya no es lo que era, las zambombas se perdieron hace mucho tiempo”, comenta Pepe Cirera, uno de los mejores conocedores de la cultura de esta ciudad que apenas se detiene “porque no encuentro a mi mujer”.

La Elu sigue haciendo raya, y el cante de Luis Santiago y Ana de los Reyes suena a gloria, por no hablar de la pataíta que se marca El Uño cuyos sones nos llevan a La Plazuela. Chirría la caja, ¿una zambomba BIC con percusión? No es lo peor, porque después llega un grupo con un djembe. Dios nos coja confesados.Si esto debe ser el ejemplo...

La tarde cae y Jerez sigue hasta los topes. Cada vez cuesta más andar, y si el villancico manda allá por donde vayas, en algún que otro lugar, como en la calle Remedios, las sevillanas suenan, con guitarra y baile incluidos. Es lo que pasa cuando el personal es tan heterogéneo y de tantas procedencias.

Afortunadamente, algunos vienen encantados. “Esto no lo encuentras en ningún sitio”, cuenta un matrimonio de San Pedro de Alcántara mientras busca, con el callejero de Jerez en una mano y una fotocopia de la lista de zambombas del día del Diario, dónde dirigirse. “Llevamos viniendo desde hace varios años, y cada vez traemos a más gente.El que viene, repite, lo que pasa es que hoy nos han dejado tirados porque van al teatro y no hay entradas para nosotros”, relatan encantados.

Suena el teléfono. “Vente pa la calle la Sangre que hay fiesta”. Es el Bar del Vicente, como le conoce la gente del barrio, oficialmente El Tabanquito. Es un lugar pequeño, y el ambiente está en la calle. Es un oasis dentro de tanta marabunta. Menos mal que aún hay sitios así.

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