La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

¿El fin de las misas del gallo?

Ni Francisco oficia ya en San Pedro a las doce de la noche y repite el hábito de hacerlo en la media tarde del 24

La sociedad del confort ha puesto en jaque desde hace unos años la celebración de la Misa del Gallo, que es y sólo puede ser a las doce de la noche. La televisión, la costumbre de alargar las sobremesas porque no nos falta de nada y nos sobra de todo, la inseguridad callejera que se puede sufrir al retornar a casa después de la una de la madrugada y otros factores han contribuido a una pérdida de fieles en estas celebraciones. La pandemia ha sido, mucho nos tememos, la estocada final. El primer año de coronavirus porque estaba vigente el toque de queda. Y este segundo año porque se han disparado los contagios en la sexta ola sin que sepamos cómo serán los próximos días. En muchas catedrales e iglesias andaluzas se ha optado por celebrar la eucaristía a las ocho de la tarde, lo que ya se conoce como la misa del pollito. A Dios rogando y a hincarle después el diente al pavo trufado o a esos mariscos que dejan la mesa llena de bigotes y cáscaras. No hay Misa del Gallo ni siquiera en la Basílica de San Pedro, donde el Papa presidirá la celebración a las 19:30. Francisco cultiva nuevamente la moda del pollito, aunque este aspecto importa poco o nada a sus muchos partidarios del sector descreído. La de la tarde no es Misa del Gallo, porque para serlo tiene que oficiarse a las doce de la noche. La liturgia no admite discusión en estos asuntos. Hay párrocos que tienen claro que no volverán al horario nocturno porque en los últimos años no acudían feligreses, sino mayoritariamente turistas sin saber qué hacer tras tomarse el Dubois que cierra el menú de la cena de Nochebuena del hotel. La Misa del Gallo se convierte en un producto gourmet. Todavía quedan algunas, pero ya no son tantas como para hacer aquellas guías con templos y horarios de la prensa escrita de los años ochenta y noventa de la pasada centuria. Ahora cuesta trabajo levantarse de la mesa para ajustarse el abrigo y echarse a la calle para ir a misa con una sensación combinada de frío, soñolencia y tal vez los primeros síntomas de acidez. El sofá es tentador. Y en la televisión siempre hay algún chufla de turno. Los curas se retranquean a la media tarde por imperativos del guión. El tiempo dirá si es una decisión acertada o una concesión a esa apuesta excesiva por la cultura de la comodidad, mayoritariamente comprendida y aplaudida. Maese Pérez el organista, el de la famosa leyenda de Bécquer, puede tocar el órgano con toda tranquilidad en la Misa del Gallo. No habrá testigos de que las teclas se mueven solas. Roma locuta. El pollo gana terreno.

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